miércoles, 3 de marzo de 2010

El amor según Ovidio

Venus me ha escogido por el confidente de su tierno hijo y espero ser llamado el Tifis y el Automedonte del amor. Éste en verdad es cruel, y muchas veces experimenté su enojo; pero es niño, y apto por su corta edad para ser guiado. La cítara de Quirón educó al jovenzuelo Aquiles, domando su carácter feroz con la dulzura de la música; y el que tantas veces intimidó a sus compañeros y aterró a los enemigos, dícese que temblaba en presencia de un viejo cargado de años, y ofrecía sumiso al castigo del maestro aquellas manos que habían de ser tan funestas a Héctor.
Quirón fué el maestro de Aquiles, yo lo seré del amor: los dos niños temibles y los dos hijos de una diosa.
No obstante, el toro dobla la cerviz al yugo del arado y el potro generoso tiene que tascar el freno; yo me someteré al amor, aunque me destroce el pecho con sus saetas y sacuda sobre mí
sus antorchas encendidas.
Cuanto más riguroso me flecha y abrasa con sin par violencia, tanto más brío me infunde el anhelo de vengar mis heridas.
Yo no fingiré, Apolo, que he recibido de ti estas lecciones, ni que me las enseñaron los cantos de las aves, ni que se me apareció Clío con sus hermanas al apacentar mis rebaños en los valles de Ascra. La experiencia
dicta mi poema; no despreciéis sus avisos saludables: canto la verdad. ¡Madre del amor, alienta el principio de mi carrera! ¡Lejos de mí, tenues cintas, insignias del pudor, y largos vestidos que cubrís la
mitad de los pies! Nosotros cantamos placeres fáciles, hurtos perdonables, y los versos correrán limpios de toda intención criminal.

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