jueves, 29 de marzo de 2012

MI HIJO


Solo tenia seis años cuando su madre nos abandonó, se fue con otro que presumiblemente le ofrecía mejores condiciones de vida, tampoco me importó gran cosa, pero verlo sufrir por la ausencia de su madre era terrible, el trabajo me impedía dedicarle todo el tiempo que necesitaba.
Vivo cerca de una gran ciudad y la vida es lo suficientemente dura como para no tener tiempo de llevar una vida en familia, conduzco un taxi y me mantiene ocupado de día y de noche.
Flirteaba con algunas de las mujeres que accedían a mi taxi y fue así como la conocí, no era guapa ni gran cosa como mujer pero ella me necesitaba a mi y yo a ella, cuidar de mi hijo y mantener la casa era un papel lo suficientemente importante como para no hacer ascos a su físico.
Los primeros meses se volcó sobre el niño o eso me pareció ver, pero poco a poco empezaron las quejas y las acusaciones sobre el comportamiento de la criatura eran cada vez mas fuertes, un día me canse cogí a mi hijo y le di una soberana paliza hasta hacerlo sangrar hasta que reconoció su culpa, esta anomalía se convirtió en un hacer casi diario y siempre que le golpeaba, mi hijo me miraba mientras temblaba, se orinaba y sonreía, (es horrible, estoy llorando) sonreía sin parar. Un día mientras golpeaba a mi hijo por sus acusaciones ella comenzó a insultarme, se echó a llorar, salió corriendo hacia la calle y nunca más volvió, mi hijo había crecido y casi no me había dado cuenta de ello, contaba ya con trece años de edad y lo que se convirtió en una rutina, continuó siendo el pan de cada día de mis frustraciones, bastaba lo mas mínimo para golpearle, me miraba, temblaba, se orinaba y sonreía, sonreía, sonreía sin cesar.
Una noche mientras dormía, escuché ruidos en el cuarto de baño y abundante agua correr, me levante y fui hacia allí, mi hijo se encontraba arrodillado y tenia sus sabanas dentro del agua de la bañera, se había orinado y estaba lavándolas, se irguió de inmediato y con los puños apretados sobre su pecho me miraba, temblaba y sonreía, no pude mas y estallé en un sollozo.
La noche siguiente mientras conducía en uno de mis muchos viajes tuve un presentimiento, giré de inmediato el automóvil y a toda velocidad volví a mi casa, entre gritando llamando a mi hijo, nadie respondió, comencé a buscarlo no estaba, miré en los armarios, estaba allí erguido, me miraba, ya no temblaba, solo sonreía, tenia las manos en la espalda, le hice girar y una soga colgaba de sus manos, lo abracé fuertemente contra mi pecho y rompimos a llorar.

Texto de Rafael Valiente Ortiz y lo que pudo haber sido.

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