Solo tenia seis años cuando su madre nos abandonó, se fue
con otro que presumiblemente le ofrecía mejores condiciones de vida, tampoco me
importó gran cosa, pero verlo sufrir por la ausencia de su madre era terrible,
el trabajo me impedía dedicarle todo el tiempo que necesitaba.
Vivo cerca de una gran ciudad y la vida es lo
suficientemente dura como para no tener tiempo de llevar una vida en familia,
conduzco un taxi y me mantiene ocupado de día y de noche.
Flirteaba con algunas de las mujeres que accedían a mi taxi
y fue así como la conocí, no era guapa ni gran cosa como mujer pero ella me
necesitaba a mi y yo a ella, cuidar de mi hijo y mantener la casa era un papel
lo suficientemente importante como para no hacer ascos a su físico.
Los primeros meses se volcó sobre el niño o eso me pareció
ver, pero poco a poco empezaron las quejas y las acusaciones sobre el
comportamiento de la criatura eran cada vez mas fuertes, un día me canse cogí a mi
hijo y le di una soberana paliza hasta hacerlo sangrar hasta que reconoció su
culpa, esta anomalía se convirtió en un hacer casi diario y siempre que le
golpeaba, mi hijo me miraba mientras temblaba, se orinaba y sonreía, (es
horrible, estoy llorando) sonreía sin parar. Un día mientras golpeaba a mi hijo
por sus acusaciones ella comenzó a insultarme, se echó a llorar, salió corriendo hacia la calle y nunca más volvió, mi hijo había crecido y casi no me
había dado cuenta de ello, contaba ya con trece años de edad y lo que se
convirtió en una rutina, continuó siendo el pan de cada día de mis
frustraciones, bastaba lo mas mínimo para golpearle, me miraba, temblaba, se
orinaba y sonreía, sonreía, sonreía sin cesar.
Una noche mientras dormía, escuché ruidos en el cuarto de
baño y abundante agua correr, me levante y fui hacia allí, mi hijo se
encontraba arrodillado y tenia sus sabanas dentro del agua de la bañera, se
había orinado y estaba lavándolas, se irguió de inmediato y con los puños
apretados sobre su pecho me miraba, temblaba y sonreía, no pude mas y estallé
en un sollozo.
La noche siguiente mientras conducía en uno de mis muchos
viajes tuve un presentimiento, giré de inmediato el automóvil y a toda
velocidad volví a mi casa, entre gritando llamando a mi hijo, nadie respondió,
comencé a buscarlo no estaba, miré en los armarios, estaba allí erguido, me
miraba, ya no temblaba, solo sonreía, tenia las manos en la espalda, le hice
girar y una soga colgaba de sus manos, lo abracé fuertemente contra mi pecho y
rompimos a llorar.
Texto de Rafael Valiente Ortiz y lo que pudo haber sido.
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